miércoles, 7 de diciembre de 2005

El recuento (octubre a diciembre)

Parte I: La casa.
Heme aquí.

El sol se esconde poco a poco tras los edificios. Una brisa fresca entra por la ventana, mientras en la calle el viento mueve las hojas del árbol de la vereda de enfrente. Hay una taza de té con limón a mi diestra, un sobre de azúcar aún sin usar y un estuche de CDs; a mi izquierda un libro sobre Cuchulain, el héroe de las leyendas irlandesas.

La tarde está tranquila, agradablemente tranquila. Estoy solo en casa y escucho "Atom Heart Mother" de Pink Floyd en el viejo laptop que, parchado y todo, aún gana batallas, como Cuchulain atado al tocón de un árbol, cubierto de heridas y blandiendo su espada, tan fiero que sus enemigos no se atrevieron a acercarse más que cuando vieron que un cuervo se posaba sobre sus hombros. Aunque ignoro si otros computadores portátiles se sienten así cuando ven al mío.

Han pasado muchas cosas desde la última vez que escribí. El viaje a Londres, supongo, es capítulo aparte; aunque ha pasado más de un mes, parece que hubiera sido ayer. Y sin embargo, otras cosas pasaron acá, pruebas, trabajos, y un final de semestre que llegó furtivamente como un ladrón y rápido como un lanzazo... o como Cuchulain dando su "salto de salmón" sobre las murallas de sus enemigos. Aunque lo único que huele a pescado en mi universidad fue esa prueba de análisis de discurso donde la mayoría copió todo el ejercicio de su cuaderno. Bastards. Bueno, quizá no sea lo único. Aunque lo otro más bien huele a rata.

Hablando de ratas, dejé aquel antiguo departamento para retirarme algunas cuadras más al sur, a un lado más tranquilo del mismo sector. Se podrían decir muchas cosas sobre esta decisión mía, pero... La tranquilidad que siento en este mismo momento, sentado frente a la mesa, iluminado por el sol, sintiendo la brisa, escuchando "Summer '68" en medio de un silencio roto sólo de cuando en cuando por el pasar de un vehículo, en lugar de estar en una habitación pintada de rosado chillón, con una ampolleta brillando débilmente sobre mi cabeza, el ruido de la Alameda y una radio sonando a todo volumen en la habitación contigua... no tiene precio. En serio. Por lo demás, el bizarro grupo de personajes que comparte este depto es bastante amistoso y dispuesto a conversar cuando algo pasa o algo molesta. Todos escuchan metal (así que no más radios feas) y ninguno de ellos desprecia una buena fiesta.

A la gente que vive acá habría que sumarle su red de amigos, la mayoría rockeros, algunos músicos, pero todos personajes con aspectos interesantes, aunque no más sea para pensar cómo diablos hace para vivir su vida. (Quizá exagero). Incluso no falta el que conoce a viejos amigos del sur. Así es la cosa a veces: el rock nos malcría y la cerveza nos junta.

Se podría pensar que es imprudente e incluso arriesgado mi cambio; se puede responder que todo cambio envuelve un riesgo. Que no hay decisiones seguras y absolutamente libres de peligro. Hay que atreverse a vivir un poco al borde, aunque nada más sea para ganar experiencias, y discutirlas filosóficamente con el vecino Fox, al calor de una taza de té, o con una cerveza fría en medio del sopor tibio de las tardes sofocantes de la capital antropófaga. (¿aló?)

Parte II: El bar

"¿Qué es el bar, Enrique?" le preguntaba la gente de 2 Minutos a Enrique Symns al comienzo del tema "Mosca de Bar". El "último de los bukowskianos" les respondía con un párrafo bastante característico de él, donde las ciudades eran "las hijas del miedo", del miedo al otro, donde todo estaba regulado, donde las calles estaban diseñadas de tal manera que "un burro ciego podía andar por ellas". En ese esquema, un bar venía siendo "el pedazo de selva", un espacio incontrolado, medio salvaje, donde las seguridades desaparecían y llegaba el riesgo, el riesgo de pelearte con tu amigo, de que te quiten a tu novia, o quizá algo peor, de conocer a una (qué grande que sos, Buk). Un lugar, en resumen, donde podías sentirte vivo. Caminar por el lado salvaje como Lou Reed, o como el mismo Symns cuando actuaba con los Redonditos de Ricota.

Personalmente, me quedo más bien con lo que decía Jorge Tellier, de que uno no podía realmente sobrevivir en un bar si no sabía ser un buen conversador. Quizá esto se aplica más específicamente a la barra, porque se supone que en una mesa vas con alguien que conoces, y si vas solo nadie se sentará contigo si no quieres. En la barra puedes instalarte con quien quieras, pero si eres mal conversador no durarás mucho, Tellier. Depende de lo que cada uno busque. Me ha tocado conocer gente bastante interesante en situaciones como ésa, y algunas de ellas perduran hasta hoy. Las personas, no las situaciones.

Un bar es algo más que mesas, barra, música y una acumulación de bebidas. El ingrediente que lo define es la gente que lo frecuenta, los habituales, los parroquianos. Claro, ayuda bsatante la intención o "la onda" que los dueños le quieran dar, pero a veces eso no queda muy claro. En otros casos, la tradición por sí sola le da un carácter al lugar. Aún así, la gente que te encuentres allí cuenta mucho. En un bar lleno de nazis, o de chicos y chicas top bailando alguna mierda de moda no te vas a sentir cómodo (al menos yo no). ¿Entonces que? ¿Un lugar donde "todos conocen tu nombre" como en Cheers? Man, eso sólo pasa en la tele.

Sin embargo hay lugares que se acercan bastante. Para mí por mucho tiempo fue "El Calabozo", un oscuro rincón del Barrio Brasil donde la cerveza podía acabarse temprano pero la buena onda nunca. Casi como para darle la razón a Symns, allí tuve amigos, me peleé con desconocidos, me quitaron a la novia e incluso conocí alguna otra. Ya no existe, pero las memorables jornadas pasadas allí no serán olvidadas. Especialmente esa última noche, de la que salimos pasadas las 6 de la mañana... pero esa ya es otra historia.

Ahora que ya me cambié de casa, el lugar habitual, que para colmo queda cerca, es el "Bar de René". En el se encuentra la tradición, pues el local tiene sus buenos años, con la onda relajada de sus dueños; relajo y buena onda que se refleja en la heterogénea mezcla de personas que lo frecuentan día a día. Sería complejo de definir, pues realmente va de todo. Aunque ayuda el que la música que suena por sus parlantes sea mayoritariamente rock, incluso algo de metal, este no es un antro de metaleros, es un melting pot, un popurrí de gente...

Por supuesto que este bar tiene su grupo de parroquianos, de caras conocidas que sueles ver siempre. Para algunos esto puede ser un factor que te aleje ("estoy aburrido, lo mismo de siempre") pero al menos para mí, eso es precisamentelo que busco, encontrarme con esa gente a la que he ido conociendo poco a poco y que ha sido extremadamente amable conmigo. En una ciudad donde una sonrisa sincera muchas veces escasea, esto es algo importante. Y ya es algo encontrar algo de verdad en un lugar donde la sinceridad es una moneda escasa.

Y no es que quiera seguir dándole la razón a Symns, pero... dejé de escribir por varios días y en ese lapso confirmé algunas cosas. Una de ellas es que un bar sí es un lugar riesgoso. Corres el riesgo de encontrarte con un mal recuerdo, y de revivir una mala historia. "It's deja-vú all over again".


De todas formas, y para cerrar esto con una nota agradable, como no tengo fotos del Bar de rené aún, pongo ésta del pub "The World's End", situado en el célebre CamdenTown de Londres, foto donde con algo de esfuerzo pueden distinguir a mis amigos Linda y Tim, de espaldas y a la izquierda de la imagen. Buenos chatos, ésos. Y gente de bar, sin duda

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