Cuando, hace algunos años, tuve la posibilidad de viajar a Turquía, varias personas me hablaron de lo mal que se sentían por la imagen internacional proyectada por el filme. Querían mostrarme que eran un pueblo amable, que las cosas habían cambiado; que la policía no era tan abusiva. Que la suya era una nación moderna. Ante los ojos de cualquier turista, todo esto podía ser cierto. Sin embargo, yo me encontraba ahí para participar en un encuentro de objetores de conciencia. Personas que basadas en sus convicciones políticas, filosóficas o religiosas, se negaban a participar de la guerra y el servicio militar, y que por esa decisión habían sido objeto de represión, persecuciones y cárcel. Durante esos días, testimonios de activistas de distintos países eran atentamente escuchados y debatidos por los anfitriones. Conocimos del fuerte militarismo arraigado en las costumbres turcas, de la represión hacia los homosexuales, del machismo. Muchas veces me pareció estar escuchando historias familiares, y no es raro, pues los países que han sufrido dictaduras suelen tener puntos en común, desde los uniformes en las escuelas hasta la omnipresencia de los símbolos militares en la vida diaria.
En esa ocasión nos enteramos de primera mano del caso de Osman Murat Ulke, “Ossi”, emblemático objetor de conciencia turco que durante la segunda mitad de los ’90 fue encarcelado repetidamente por negarse a cumplir con el servicio militar. Su caso adquirió notoriedad pública al ser el primer objetor en ser arrestado por su decisión, y exteriormente recibió el apoyo de organizaciones como Amnistía Internacional, quien lo reconoció como un preso de conciencia. Aunque nunca realmente lo condenaron, el mecanismo de llevarlo una y otra vez ante unidades militares claramente era un intento por quebrar su voluntad, y fue la base de varias presentaciones ante organismos internacionales de derechos humanos. Aunque hace tiempo que no es arrestado, legalmente sigue siendo un desertor.
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Sería interesante que pudiéramos extraer algunas lecciones de este caso. Como se ha dicho, las cosas no son tan distintas entre Turquía y nuestro país, donde el militarismo también se respira día a día: baste recordar cómo la presidenta electa, Michelle Bachelet, destacaba en una de sus frases publicitarias su condición de ser “hija de militar”. Chile tampoco ha provisto ninguna normativa que reconozca el derecho de objeción de conciencia al servicio militar. Y aunque el trato a los homosexuales no sea tan brutal en el ejército, éste dista de ser respetuoso con su dignidad. No es necesario esperar a que un Mehmet criollo sea encarcelado y maltratado para introducir las reformas necesarias a la Ley de Reclutamiento, y de paso, abrirse a la discusión sobre el rol que lo militar juega en nuestra sociedad.
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