martes, 26 de diciembre de 2006
sábado, 16 de diciembre de 2006
Pinochet, la muerte que desnuda
Tal parece que no es un sentimiento muy edificante celebrar la muerte de alguien. Pero la víscera a veces nos traiciona, y en este momento histórico, fue la víscera y no la razón quien primero tomó la palabra.
Baudelaire decía que los “ebrios amantes de la carne” no sabían apreciar la elegante desnudez del esqueleto que colmaba “su gusto más oculto”. No sé. La Biblia se refería a ocultar la desnudez como “cubrir sus vergüenzas”. Creo que esa frase me gusta más. Porque algunas desnudeces no tienen ninguna elegancia.
Si, Pinochet finalmente ha muerto, y si hacemos caso a Davor Jguranovic en sus nerviosos despachos desde el Hospital Militar para TVN, se murió “definitivamente”. Puedo especular sobre las razones del lapsus linguae. ¿Tal vez no era cierta tamaña noticia? ¿Un vago temor de que el viejo general se levantara de entre los muertos? Quizá sólo era la emoción de estar ante un momento histórico, la muerte del patriarca que desnudó los nervios del periodista.
Murió Pinocho y el hecho sacó a la superficie nuestras reacciones más ocultas. ¿Cuántos de quienes conoces lloraron el domingo en la tarde? ¿Cuantos, por el contrario, no pudieron reprimir un grito, una explosión de emociones contenidas, un “¡bien, mierda!”, un “¡se murió el viejo culiao!” ? Nuestra chilenidad al desnudo, caramba. ¿A qué ocultarlo? Pinochet fue esa sombra que marcó nuestras existencias, desde niños, lavándonos el cerebro en las escuelas, a través del canal nacional, de los diarios de la cadena El Mercurio. Ahi estábamos nosotros repitiendo como loros palabras como liberación nacional, Unidad Popular o cáncer marxista, jugando a los soldados, formándonos como soldados, correctamente uniformados, para cantar el himno nacional los lunes en la escuela; yendo los domingos a la plaza a ver marchar al regimiento Tucapel.
Y sin embargo ahí estábamos en 1986, jugando a hacer panfletos y tirándolos en el recreo, leyendo la revista Hoy y la Análisis que -gracias, viejo- siempre estuvo al alcance en mi casa, pero también consiguiéndose a escondidas revistas de humor, riéndonos con el ingenio de Hervi y tantos otros que dibujaban en Apsi, Cauce, Análisis y Hoy -me pregunto que pasó con el humor gráfico en la transición, pero eso es material de otro artículo. Arrancando del humo de las lacrimógenas por las calles de Temuco y tratando de recoger algún panfleto, algún fragmento de información subversiva. Porque al final era eso, rebelarse contra el sistema, contra lo que nos era impuesto, contra la obligación. Oponerse a Pinochet de alguna forma también era desafiar a nuestros mayores.
Veinte años han pasado y ahí estamos, caminando por la Alameda rumbo a Plaza Italia, y la gente grita abiertamente lo que antes debían decir arrancando, mientras automovilistas hacen sonar sus bocinas y la gente celebra como si hubiera ganado la selección chilena de fútbol. Plaza Italia huele a fiesta y algunos empuñan botellas de champaña mientras el sol hace hervir sus cabezas.
No hay muerto malo
Si, parece que esta muerte desnuda lo peor de nosotros. Por un lado los flaites de siempre aprovechando la ocasión para el desorden, haciendo destrozos, quemando autos -como si el dueño tuviera culpa alguna de quien sabe qué. Por otro lado, la prensa chupapicos (no me malentienda, vea el “Diccionario de Paremiología Chilena”, de Andrés Sabella) blanqueando la imagen del dictador. Queda claro que Canal 13 se cuadró con el difunto -el Mega nunca lo veo. Ahí está Honorato, hablando con la familia Pinochet, moviéndose a gusto entre los deudos, y me da asco. Muy a la chilena, parece que ahora pucha que era bueno el finado… No era el Diablo -él es más atractivo- pero ciertamente tampoco era ningún ángel.
Si, la muerte desnuda a aquellos uniformados que siguen siendo fachos a pesar de los pesares -mírese si no el discurso de su nieto capitán de Ejército durante sus funerales, la inacción de carabineros cuando la prensa nacional e internacional era agredida. Fachos, los curas que intentan convencernos de que el Primer Infante de la Patria fue un héroe o un role model. La jerarquía eclesial muestra la hilacha, olvidando a sus mismos sacerdotes muertos por la dictadura. Holy crap.
Le preguntan al presidente del PC, mientras escribo, si le parece ético brindar por la muerte del defacto. Si, claro, incluso si luego del golpe muchos partidarios del régimen celebraron con champaña por la muerte de Allende, pareciera que no es un sentimiento muy edificante alegrarse o celebrar la muerte de alguien. Pero la víscera a veces nos traiciona, y en este momento histórico, fue la víscera y no la razón quien primero tomó la palabra. Luego vendrán los análisis y la discusión seria. Ahora sólo se escucha el grito primal.
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